Los años de bonanza, derroche y latrocinio dejaron junto al antiguo cauce del Turia una Ciudad de las Artes y las Ciencias que se ha convertido en la principal atracción turística de Valencia. Habrá costado un riñón, pero el resultado es magnífico. La modernidad de los edificios atrae las miradas de los visitantes e impide que reparen en el mayor triunfo de quienes los diseñaron: haber sido capaces de alojar en su interior unas instalaciones tan extraordinariamente complejas.
Desde luego, el acuario merece la denominación de Oceanográfico que recibe, pues contiene una excelente representación de los ambientes marinos de todo el mundo. El diseño de las salas está cuidado hasta el más mínimo detalle, como la forma ovalada de las puertas de acceso, que se inspira en los pétalos de los nenúfares. Cualquiera que las haya visto emerger de los estanques estará de acuerdo.
La utilidad de un acuario de hoy va más allá de facilitar la contemplación de unos animales que serían muy difíciles de observar en libertad. En la actualidad, sus objetivos también incluyen el estudio y la reproducción de especies amenazadas, el cuidado de ejemplares que no pueden ser devueltos a la naturaleza, de víctimas de la caza furtiva...
Pero hay animales que por su gran tamaño o su mayor inteligencia deben sufrir un alto grado de estrés. Es verdad que las instalaciones de los zoológicos han mejorado mucho en las últimas décadas; felizmente, nada tienen que ver con aquella Casa de Fieras del parque del Retiro donde soportaban unas crueles condiciones de vida, pero no podemos olvidar que están sometidos a cautiverio.
Aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión.
—————